Leía hoy, una parte de un sermón galés, que me impactó mucho. El predicador decía: “todos los que están en esta congregación deben confesar a su ‘señor’ real. Primero voy a solicitarles a los siervos del demonio que le brinden un reconocimiento. Él es un admirable señor y alguien glorioso a quien servir, y su servicio es puro gozo y deleite; todos los que le sirven, digan ahora: ‘¡Amén, gloria al demonio!’ Díganlo.” Pero nadie habló. “Vamos”, -dijo el predicador- “no se avergüencen de reconocer a aquél a quien han servido cada uno de los días de su vida; declaren su posición, y digan: ‘¡gloria a mi señor, el demonio!’, o, de lo contrario, callen para siempre.” Pero nadie habló tampoco esta vez, así que el ministro dijo: “entonces, yo espero que hablen cuando les pida que glorifiquen a Cristo.” Y, en efecto, hablaron, hasta que la capilla retumbó cuando clamaron: “¡gloria a Cristo!”Eso fue bueno.
Sermón: Escarnecido por los soldados. C. H. Spurgeon
martes, 10 de febrero de 2009
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2 comentarios:
¡Qué tal hermano Allan!
De paso por aquí me encontré su blog, qué gusto que no se canse de hacer el bien. Saludos.
(Soy Paty Luna de la misión de Toluca)
Un saludo, Paty, extensivo a toda la misión de Toluca.
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