El señor Spurgeon nos relata:
'Yo recuerdo muy bien que una noche, habiendo predicado en una aldea retirada, venía caminando solo de regreso a casa por un sendero solitario. No sé qué era lo que me aquejaba, pero estaba propenso a alarmarme, cuando vi algo que estaba parado junto al seto, espantoso, del tamaño de un gigante con los brazos extendidos. Seguramente, pensé, esta vez me he topado con lo sobrenatural; aquí está algún espíritu inquieto efectuando su marcha de media noche bajo la luna, o algún demonio del infierno. Deliberé conmigo mismo por un momento, y como no creía en los fantasmas, cobré valor, y decidí resolver el misterio. El monstruo permanecía al otro lado de la zanja, justo junto al vallado. Salté sobre la zanja, y me encontré sujetándome a un viejo árbol, que algún individuo bromista se había molestado en pintar de blanco, con miras a asustar a los incautos. Ese viejo árbol me ha sido muy útil con mucha frecuencia, pues he aprendido a saltar sobre las dificultades, y he descubierto que se desvanecen o se convierten en triunfos'.
C. H. Spurgeon. Sermón: 847 - Jubilosas transformaciones.
lunes, 2 de febrero de 2009
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