Nos hemos
desgastado también en fieras disputas sobre esta doctrina y sobre aquella otra,
y uno ha dicho: “Esto es lo que el Maestro pensaba”, y otro ha dicho: “No”. Un
maestro ha denunciado a su colega, y su oponente le ha respondido
excomulgándolo. En estas controversias habríamos deseado acudir a Jesús con
todas las preguntas y decirle: “Maestro, danos una palabra infalible, desata o
corta estos nudos con una palabra de Tus labios. Tu pobre Iglesia ya no sería
intranquilizada entonces con debates”. Hermanos, Jesús no está aquí. En vez de
Su presencia tenemos la presencia de Su Espíritu, y si bien ustedes pudieran
desear Su presencia corporal, no sería de gran ayuda para ustedes en el asunto
para el cual la desean, pues, extraño es decirlo, si nuestro Señor fuera a
hablar de nuevo, los hombres comenzarían a disputar mañana acerca de lo que Él
quiso decir hoy, así como ahora disputan con respecto a Sus palabras de hace
mil ochocientos años. Su lenguaje en este Libro es ya tan claro que, si fuese a
hablar de nuevo, yo no sé si pudiera hablar más claramente de lo que lo hizo.
De todos modos Sus oyentes decían de Él en los días de Su morada aquí: “¡Jamás
hombre alguno ha hablado como este hombre!”, y yo supongo que si fuese a hablar
de nuevo no agregaría nada a lo que ya ha dicho, ni nos enseñaría mucho más. Si
le oyéramos hablar de nuevo eso sólo crearía un nuevo punto de partida para un
renovado conjunto de controversias, y tendríamos entre nosotros a los
cristianos de la Vieja Escuela
y a los cristianos de la Última Revelación, lo cual duplicaría la confusión y
empeoraría el mal. No, hermanos míos, necesitamos que el Espíritu Santo nos
ilumine con respecto a lo que nuestro Señor ha dicho ya, pero sería inútil
desear que Él enseñara entre nosotros de nuevo. Nosotros deseamos
ignorantemente ver uno de los días del Hijo del hombre, pero la divina
providencia nos niega amablemente nuestro deseo y nos dice claramente: “Y no lo
veréis”.
C. H. Spurgeon - Sermón #1323 - ¿Y Por Qué No?
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