miércoles, 11 de abril de 2012



Es maravilloso leer las respuestas que algunos de los mártires dieron a sus acusadores. Piensen en aquella mujer, Anne Askew, cómo, después de ser atormentada en el potro y de ser torturada, dejó perplejos a los sacerdotes. Es realmente maravilloso leer cómo los venció. ¡Y allí estaba ‘su señoría el alcalde de Londres’ y ella lo hizo ver como un tonto! El alcalde le hizo esta pregunta: “Mujer, si un ratón se comiera el bendito sacramento que contiene el cuerpo y la sangre de Cristo, ¿qué piensas que le pasaría al ratón? “Su señoría –respondió ella- “ésa es una pregunta muy profunda; yo preferiría que usted mismo la responda. Mi señor alcalde, ¿qué piensa usted que le sucedería al ratón que hiciera eso?” “Yo creo verdaderamente”, dijo el señor alcalde, cuyo oídos deben de haber estado preternaturalmente largos, “¡yo creo verdaderamente que el ratón sería condenado!” ¿Y qué dijo Anne Askew? Bien, ¿qué mejor respuesta podría dar que ésta?: “¡Ay!, pobre ratón”. A menudo unas cuantas palabras breves, incluso tres o cuatro palabras, han sido las adecuadas cuando los mártires han esperado en Dios, y han hecho ver a sus adversarios tan ridículos que me parece que podrían oír de inmediato unas carcajadas provenientes tanto del cielo como del infierno, provocadas por su insensatez, pues los siervos de Dios los han declarado culpables de decir disparates y los han puesto en vergüenza. 
C. H. Spurgeon - Razones en Defensa de Dios

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