Es maravilloso leer
las respuestas que algunos de los mártires dieron a sus acusadores. Piensen en
aquella mujer, Anne Askew, cómo, después de ser atormentada en el potro y de
ser torturada, dejó perplejos a los sacerdotes. Es realmente maravilloso leer
cómo los venció. ¡Y allí estaba ‘su señoría el alcalde de Londres’ y ella lo
hizo ver como un tonto! El alcalde le hizo esta pregunta: “Mujer, si un ratón se
comiera el bendito sacramento que contiene el cuerpo y la sangre de Cristo,
¿qué piensas que le pasaría al ratón? “Su señoría –respondió ella- “ésa es una
pregunta muy profunda; yo preferiría que usted mismo la responda. Mi señor
alcalde, ¿qué piensa usted que le sucedería al ratón que hiciera eso?” “Yo creo
verdaderamente”, dijo el señor alcalde, cuyo oídos deben de haber estado
preternaturalmente largos, “¡yo creo verdaderamente que el ratón sería
condenado!” ¿Y qué dijo Anne Askew? Bien, ¿qué mejor respuesta podría dar que
ésta?: “¡Ay!, pobre ratón”. A menudo unas cuantas palabras breves, incluso tres
o cuatro palabras, han sido las adecuadas cuando los mártires han esperado en
Dios, y han hecho ver a sus adversarios tan ridículos que me parece que podrían
oír de inmediato unas carcajadas provenientes tanto del cielo como del infierno,
provocadas por su insensatez, pues los siervos de Dios los han declarado
culpables de decir disparates y los han puesto en vergüenza.
C. H. Spurgeon - Razones en Defensa de Dios
miércoles, 11 de abril de 2012
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