lunes, 31 de enero de 2011

Cartas desde el sufrimiento - No.60

Menton
6 de Enero de 1892

Mis queridos amigos:

Al reportarme al ‘cuartel general’ no tengo nada que decir más allá de ésto: que creo y espero que el firme y sólido progreso que había comenzado, continúa y continuará. Si un doctor me visitara ahora por primera vez, y fuera a investigar mi enfermedad, la declararía como un caso grave. Pero quienes conocen lo que he vivido, y cuánto más grave era todo comparado con la situación presente, se sorprenderían de cómo estoy, y pensarían que se trata de un caso notablemente bueno. Gracias sean dadas a Dios por todo lo que ha hecho en respuesta a las oraciones de Su pueblo. No hemos de dudar nunca de la fidelidad y de la habilidad del Dios de las promesas y del propiciatorio.

Volviendo la vista hacia atrás, al valle de sombra de muerte a través del cual pasé hace tan poco tiempo, siento que mi mente capta con un asidero más firme ese Evangelio sempiterno que les he predicado durante tantos años. No hemos sido engañados. Jesús, en verdad, da descanso a quienes vienen a Él, salva a quienes confían en Él, y fotografía Su imagen en quienes aprenden de Él. Yo odio la infidelidad cristiana de la escuela moderna más que nunca, al ver cómo suprime del hombre pecador su única y última esperanza. Aférrense al Evangelio del perdón por medio del sacrificio sustitutivo, y divúlguenlo con todo su poder, cada uno de ustedes, pues es la única cura para corazones sangrantes.

¡La paz sea con ustedes como una unidad, y la paz sea con cada uno de ustedes! Saludo con una muy profunda gratitud a mi hermano, el doctor Pierson, y con un amor sincero a cada diácono, anciano, y miembro, y obrero. Mi propio hermano amado en la carne está siempre vigilando los intereses de nuestra gran obra. Que el propio Señor vigile sobre todo. Al señor Stott le deseo un largo y próspero ministerio adonde lo guíe el Señor.

Suyo afectuosamente

C. H. Spurgeon

miércoles, 26 de enero de 2011

Una interesante sucesión apostólica

Yo creo que nuestros modernos sacerdotes están en la sucesión apostólica, pues nunca he dudado de que sean los sucesores lineales de Judas Iscariote, quien traicionó a su Señor; pero ninguno de los demás apóstoles los soportaría ni siquiera por una hora.
C. H. Spurgeon

A veces las doctrinas ocultan a la persona del Señor

En nuestros días se predica mucho acerca de las doctrinas de nuestra fe, se debate acerca de ellas, se estudian y se divulgan por todos los medios disponibles, pero se nos olvida la persona de nuestro Señor Jesucristo, que nos revela toda la verdad. Las doctrinas verdaderas emanan de Su persona. Por esa razón me parece muy pertinente el comentario que hace el pastor Charles Haddon Spurgeon a ese respecto:

"El apóstol predicaba las doctrinas del Evangelio, pero no las predicaba aparte de la persona de Cristo. ¿Acaso muchos predicadores no cometen un grave error al predicar doctrina en vez de predicar al Salvador? Ciertamente las doctrinas han de ser predicadas, pero deben ser consideradas como los ropajes y las vestimentas del hombre Cristo Jesús, y no como si estuvieran completas en sí mismas. Yo amo la justificación por la fe y espero no dudar nunca acerca de esa grandiosa verdad, pero la mejor manera de expresarla me parece que es por medio de la eficacia limpiadora de la sangre preciosa. Yo me deleito en la santificación por el Espíritu, pero ser conformado a la imagen de Jesús es todavía una manera más dulce y más contundente de verla. Las doctrinas del Evangelio son un trono de oro sobre el que se sienta Jesús, como rey y no una dura piedra fría rodada a la puerta del sepulcro en el que Cristo permanece oculto".
C. H. Spurgeon - Las inescrutables riquezas de Cristo.

El primer resumen del Evangelio

El Señor Jesucristo fue la primera promesa que Dios hizo a los hijos de los hombres después de la caída. Cuando nuestros primeros padres fueron desterrados del huerto, todo estaba oscuro delante de ellos. No había ni una sola estrella que dorara la sombría medianoche de sus almas culpables y desesperanzadas hasta que su Dios se les apareció, y les dijo en misericordia: “La simiente de la mujer herirá la cabeza de la serpiente”. Esa fue la primera estrella que Dios puso en el cielo de la esperanza del hombre. Los años se sucedieron a los años, y los fieles miraban a esa estrella en lo alto y eran consolados; esa única promesa sustentó el alma de muchos fieles, de tal manera que murieron en la esperanza, no habiendo recibido la promesa, pero habiéndola visto de lejos, y habiéndose regocijado en sus rayos. Transcurrieron siglos enteros, pero la simiente de la mujer no venía. El Mesías, el grandioso heridor de la cabeza de la serpiente, no aparecía. ¿Por qué se demoraba? El mundo estaba corrompido por el pecado y estaba lleno de dolor. ¿Dónde estaba el Siloh que debería traer la paz? Las tumbas eran cavadas por millones y el infierno estaba lleno de espíritus perdidos, pero, ¿dónde estaba el Ser prometido, grande para salvar? Él esperaba hasta que viniera el cumplimiento del tiempo; no lo había olvidado, pues tenía la voluntad de Dios en lo más íntimo de Sus entrañas; Su deseo de salvar almas consumía Su corazón; sólo esperaba que la palabra fuera dada. Y cuando fue dada, ¡he aquí!, vino con deleite para hacer la voluntad del Padre.
C. H. Spurgeon - Las inescrutables riquezas de Cristo.

jueves, 20 de enero de 2011

Cartas desde el sufrimiento - No.59

Menton
31 de Diciembre de 1891

Mis queridos amigos:

Lamento que mi carta de la semana pasada llegara a Londres demasiado tarde para que pudiera ser leída el domingo, pero ésto fue ocasionado por demoras en los trenes, y no por una omisión de parte mía. Ha sido un gesto muy amable de parte de tantos periódicos publicarla, pues de esa manera, confío que la mayoría de ustedes ya la ha leído.

Creo que estoy en lo correcto al reportar que ha habido un mayor cambio en la enfermedad del que se hubiera podido hablar antes. Es todavía un gran desgaste para mí, pero como ha habido mejoría hasta el momento, yo creo que el combate contra la enfermedad hará progresos más rápidos. Qué gozo será estar dentro de una medible distancia del tiempo de poder regresar a mi púlpito y a ustedes. No he llegado todavía a ese punto.

Que el Señor disponga ahora que la nube de bendición se abra sobre ustedes y genere una gran lluvia tropical. Yo estoy esperando eso. Agradecido más allá de lo expresable por todo lo que el Señor ha hecho y está haciendo, estoy ávido de más. La indulgencia en la codicia es pecaminosa, pero no ‘cuando procuramos los dones mejores’. Todo lo que yo puedo hacer es orar y esperar. Algunas veces temo que algo que haya en mí obstaculice la bendición; ¿no siente cada uno de ustedes ese mismo temor? Cuando está a punto de escucharse una música dulce, hay un silencio. Cada persona teme respirar para no dañar el tono y para no estropear la música. En este instante siento eso. Ningún susurro que pudiera contristar al Espíritu Santo ha de oírse en la casa o en el corazón. Toda la frialdad, la mundanalidad, las diferencias o el egoísmo han de ser apartados para que podamos guardar la fiesta de Año Nuevo sin nada que contamine.

Que el propio Señor distribuya a cada uno de Sus hijos una porción completa, y a quienes permanecen en la puerta, que el Buen Espíritu ejerza Sus atracciones de gracia en ellos para que puedan atravesar el sagrado umbral en este día. La paz y la prosperidad sean dentro de las puertas de nuestro amado santuario. Para mis hermanos y compañeros diré yo: ‘La paz sea contigo’.

Suyo para servirles cuando pueda y para amarlos incesantemente,

C. H. Spurgeon

miércoles, 19 de enero de 2011

Un resumen del Evangelio entero

El Evangelio entero está contenido en este resumen: Ven, tú que eres culpable, tal como estás, y confía en la obra terminada del Salvador, y tómalo a Él para que sea tuyo para siempre. Confía en Jesús ahora. Eso puede ser realizado en tu condición presente. Si el Espíritu Santo de Dios bendice tu mente, puedes decir en este instante: “Señor, creo; ayuda mi incredulidad”. Tú puedes confiar en Jesús ahora, y algunos de los que vinieron aquí sin haber sido perdonados, podrían hacer cantar a los ángeles, porque van a descender por esas escaleras como almas que han sido salvadas, cuyas transgresiones han sido perdonadas, y cuyos pecados han sido cubiertos. Dios sabe una cosa: que si yo supiera por medio de cuál estudio y de cuál arte yo pudiera aprender a predicar el Evangelio como para afectar sus corazones, no regatearía ni costo ni esfuerzos. Por el momento, me propuse advertirles sencillamente, sin adornos de palabras para que el poder no fuera el poder del hombre. Y ahora dejo mi mensaje y lo confío al cuidado de Aquel que juzgará a los vivos y a los muertos. Pero esto sé, que si ustedes no reciben al Hijo, yo seré un testigo dispuesto contra ustedes. Que Dios nos conceda que no suceda eso, por causa de Su misericordia. Amén.
C. H. Spurgeon, sermón #1012 - La infeliz condición del incrédulo

martes, 18 de enero de 2011

Cartas desde el sufrimiento - No.58

Menton
24 de Diciembre de 1891

Mis queridos amigos:

Les escribo por última vez durante el año de 1891, y con esta breve nota les envío una gratitud sincera por su misericordia para conmigo durante el año que está finalizando, así como también fervientes deseos de una bendición especial para el año que ha de comenzar muy pronto. Casi he concluido treinta y ocho años de mi ministerio entre ustedes, y he completado 37 volúmenes de sermones publicados, predicados en medio de ustedes. Sin embargo, no estamos cansados los unos de los otros. Saludaré el día cuando pueda hablar de nuevo con ustedes. Rodeado por diez mil misericordias, mi tiempo de debilidad se convierte en tiempo de descanso y felicidad; no obstante, ser capaz de seguir la senda bienaventurada de útil servicio con salud y vigor, sería mi cielo aquí abajo. Que me sean negadas las actividades que se han vuelto parte de mi naturaleza, parece algo muy extraño; pero como no puedo alterarlo, y como estoy seguro de que la sabiduría infinita gobierna esto, me inclino ante la divina voluntad, la voluntad de mi Padre.

El doctor reporta favorablemente de nuevo. Es decir, ayer dijo que había una mejoría decidida en cuanto a la enfermedad; nada especial, pero tanto como él podía esperar; no se puede esperar nada rápido, pero los asuntos han ido desarrollándose de una manera alentadora. Recomendaba que yo debiera ser muy cuidadoso acerca de un enfriamiento, etc.

Esta es una vieja y aburrida historia para ustedes. Únicamente su interés por mí, interés perseverante y acompañado de oración, podría darme el arrojo de repetirla.

Honestamente, no creo que ustedes sean perdedores debido a mi ausencia, en tanto que el Señor capacite a nuestro querido amigo el doctor Pierson para predicar como lo hace. Hay una nube de bendición que se cierne sobre ustedes ahora. Conviertan esa nube en una lluvia por medio de la electricidad celestial de la oración creyente. Que la noche de vigilia sea una noche memorable, y en la primera hora del año esperamos que el Señor diga: “Desde este día os bendeciré”.

Suyo con amor fiel

C. H. Spurgeon

sábado, 15 de enero de 2011

La ardiente sinceridad de Baxter

Uno de los contemporáneos de Baxter nos informa: “Cuando hablaba acerca de temas importantes para el alma, uno veía su espíritu empapado en esos temas”. ¡Con razón era bendecido con un éxito tan formidable! Quienes lo escuchaban sentían que estaban en contacto con alguien que reflexionaba profundamente sobre las realidades del momento infinito.

Éste es uno de los secretos tanto de la fuerza como del éxito ministerial. Y quién sabe qué tanto de la desbordante infidelidad del presente se deba no sólo a la falta de instructores espirituales –no simplemente a la existencia de quienes son escandalosamente infieles e inconstantes- sino a la frialdad de muchos que tienen la reputación de ser formales y fieles. El hombre no puede menos que sentir que si la religión vale algo, entonces vale todo; que si demanda alguna medida de celo y calor, la exige al máximo grado; y que no hay un punto medio entre el ateísmo irresponsable y el más intenso calor del celo religioso. Muchos desdeñan, detestan y se burlan, mientras sus conciencias les están recordando silenciosamente y constantemente que si acaso hay un Dios y un Salvador, un cielo y un infierno, cualquier cosa menos que una vida y un amor tales ¡son hipocresía, deshonestidad, perjurio!

Por lo tanto, la lección que aprenden de los discursos sin vida de la clase de ministros a la cual nos estamos refiriendo es que, ya que estos hombres no creen las doctrinas que predican, no hay necesidad de que los oyentes las crean. Si los pastores las creen únicamente porque gracias a ellas se ganan la vida, ¿por qué quienes no ganan nada con ellas habrían de tener escrúpulos para negarlas?

Rowland Hill dijo: “La predicación imprudente disgusta, la predicación tímida induce al sueño, mas la predicación audaz es la única predicación que le pertenece a Dios”.

Lo que destruye la obra pastoral y arruina a las almas no es simplemente la fe poco sólida, ni la negligencia en los deberes ni la inconstancia manifiesta de la vida. Una persona puede estar libre de cualquier escándalo en cuanto a sus creencias o su conducta y, con todo, ser un obstáculo serio para el bien espiritual de su congregación; puede ser una cisterna seca y vacía, a pesar de su ortodoxia; puede ser una vida gélida o condenada en el preciso momento en que está hablando del camino de vida; puede estar alejando a los hombres de la cruz mientras proclama la cruz con sus palabras; puede estar interponiéndose entre su rebaño y la bendición aun cuando esté, exteriormente, levantando su mano para bendecirla. Las mismas palabras que de labios cálidos caerían como la lluvia, o destilarían como el rocío, brotan de sus labios como nieve o granizo, enfriando todo calor espiritual y arruinando toda vida espiritual. ¡Cuántas almas se han perdido por falta de sinceridad, por falta de seriedad y falta de amor de parte del predicador, aun cuando sus palabras han sido valiosas y ciertas!

Horatius Bonar (1809 - 1889) reconocido pastor escocés

miércoles, 12 de enero de 2011

Mi querido amigo, si tú puedes decir de corazón y con sinceridad: “Yo acepto a Jesucristo de Nazaret para que sea Profeta, Sacerdote y Rey para mí, porque Dios le ha ungido para ejercer esos tres oficios, y en cada uno de esos tres caracteres, yo confío en Él sinceramente”, entonces, querido amigo, tú tienes la fe de los elegidos de Dios, pues está escrito: “Todo aquel que cree que Jesús es el Cristo, es nacido de Dios”.
C. H. Spurgeon - sermón #979 - Fe y Regeneración

martes, 11 de enero de 2011

Los Tres Oficios de Nuestro Señor

¿Qué significa la expresión: “Jesús es el Cristo”, o, Jesús es el Ungido? Primero, que Él es el Profeta; en segundo lugar, que Él es el Sacerdote; en tercer lugar, que Él es el Rey de la iglesia, pues en todos estos tres sentidos Él es el Ungido. Ahora, yo podría hacerme esta pregunta: ¿Creo hoy que Jesús es el grandioso Profeta ungido por Dios para revelarme el camino de salvación? ¿Lo acepto como mi maestro, y admito que Él tiene palabras de vida eterna? Si yo creo eso, voy a obedecer Su Evangelio y tener vida eterna. ¿Lo acepto para que sea a partir de ahora el revelador de Dios para mi alma, el mensajero del pacto, el Profeta ungido del Altísimo?

Pero Él es también un Sacerdote. Ahora, un sacerdote es ordenado de entre los hombres para ofrecer sacrificios; ¿creo yo firmemente que Jesús fue ordenado para ofrecer Su único sacrificio por los pecados de la humanidad, y con la ofrenda de ese sacrificio de una vez por todas consumó la expiación e hizo una completa propiciación? ¿Acepto que Su expiación fue por mí, y recibo Su muerte como una propiciación sobre la cual baso mi esperanza del perdón de todas mis transgresiones? ¿Creo yo de hecho que Jesús es el único y exclusivo Sacerdote propiciador, y lo acepto para que actúe como sacerdote para mí? Si es así, entonces he creído en parte que Jesús es el Ungido.

Pero Él es también Rey, y si deseo saber si poseo la fe correcta, debo preguntarme adicionalmente: “Jesús, que ahora es exaltado en el cielo y que una vez se desangró en la cruz, ¿es Rey para mí? ¿Es Su ley mi ley? ¿Deseo someterme enteramente a Su gobierno? ¿Odio lo que Él odia, y amo lo que Él ama? ¿Vivo para alabarlo? ¿Deseo ver, como un súbdito leal, que venga Su reino y que Su voluntad sea hecha, como en el cielo, así también en la tierra?”

C. H. Spurgeon sermón #979 - Fe y Regeneración