miércoles, 18 de agosto de 2010

Una Embajada Solemne

“¡Oh, hombres, volveos, volveos, ¿por qué moriréis?! Por la necesidad que sentirán de un Salvador en los dolores al partir al otro mundo, cuando las pulsaciones sean escasas y débiles, hasta que expiren exhalando un último suspiro; por la resurrección, cuando despierten, si no fuera a Su semejanza, para vergüenza y desprecio eternos; por el tribunal del juicio, donde sus pecados serán publicados, y serán llamados a rendir cuentas por los actos hechos en el cuerpo; por el espantoso decreto que arroja por siempre en el abismo a quienes no se arrepienten; por el cielo que perderán, y por el infierno en el que caerán; por la eternidad, esa horripilante eternidad cuyos años nunca se extinguen; por la ira venidera, y la quemante indignación que nunca se enfriará; por la inmortalidad de sus propias almas, por los peligros que afrontan ahora, por las promesas que desprecian, por las provocaciones que multiplican, por los castigos que acumulan, les rogamos: reconcíliense con Dios”.
C. H. Spurgeon, sermón #3497

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