“¡Oh, hombres, volveos, volveos, ¿por qué moriréis?! Por la necesidad que sentirán de un Salvador en los dolores al partir al otro mundo, cuando las pulsaciones sean escasas y débiles, hasta que expiren exhalando un último suspiro; por la resurrección, cuando despierten, si no fuera a Su semejanza, para vergüenza y desprecio eternos; por el tribunal del juicio, donde sus pecados serán publicados, y serán llamados a rendir cuentas por los actos hechos en el cuerpo; por el espantoso decreto que arroja por siempre en el abismo a quienes no se arrepienten; por el cielo que perderán, y por el infierno en el que caerán; por la eternidad, esa horripilante eternidad cuyos años nunca se extinguen; por la ira venidera, y la quemante indignación que nunca se enfriará; por la inmortalidad de sus propias almas, por los peligros que afrontan ahora, por las promesas que desprecian, por las provocaciones que multiplican, por los castigos que acumulan, les rogamos: reconcíliense con Dios”.
C. H. Spurgeon, sermón #3497
miércoles, 18 de agosto de 2010
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