Yo deseo que todos los hijos de Dios que lean este relato de la obra del Señor en Bristol, sean conducidos a confiar en Él para todo lo que necesiten en cualesquiera circunstancias. Oro pidiendo que las muchas respuestas a la oración que hemos visto, los animen a orar, particularmente por la conversión de sus amigos y parientes, por su propio crecimiento en la gracia y en el conocimiento, por los santos a quienes conocen personalmente, por la condición de la Iglesia, y por el éxito de la predicación del Evangelio. Con afecto les advierto especialmente en contra del peligro de ser confundidos pensando, por el engaño de Satanás, que estas cosas son peculiares a mí y que no pueden ser disfrutadas por todos los hijos de Dios.
Todos los creyentes son llamados, en la simple confianza de la fe, a echar todas sus cargas sobre Dios y a confiar en Él para todo. No sólo deben convertir todo en tema de oración, sino que deben esperar respuestas a sus peticiones que hubieren hecho conforme a Su voluntad y en el nombre del Señor Jesús.
Yo no poseo el don de la fe mencionado en 1 Corintios 12: 9 junto con los dones de sanidades, de hacer milagros y de profecía. Es cierto que la fe que yo soy capaz de ejercitar, es el propio don de Dios. Sólo Él sustenta mi fe, y sólo Él puede aumentarla. Yo dependo de Él momento a momento. Si me dejara solo, mi fe fallaría por completo.
Mi fe es la misma fe que se encuentra en todo creyente. Ha ido aumentando poco a poco a lo largo de los últimos veintiséis años. Muchas, veces, cuando hubiera podido volverme loco por la aflicción, estaba en paz porque mi alma creyó en la verdad de esta promesa: “Sabemos que a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien” (Romanos 8: 28).
Cuando mi hermano y mi amado padre fallecieron, yo no tenía ninguna evidencia de que habían sido salvados. Pero no me atrevo a decir que están perdidos, pues yo no lo sé. Mi alma estaba en completa paz en esta dura prueba, que es una de las mayores pruebas que un creyente pudiera experimentar. Yo me aferré a esta promesa: “El Juez de toda la tierra, ¿no ha de hacer lo que es justo?” (Génesis 18: 25). Esta palabra, conjuntamente con el carácter íntegro de Dios, según se ha revelado a Sí mismo en Su santa Palabra, resolvió todos los cuestionamientos. Yo creí lo que Él ha dicho concerniente a Sí mismo y he tenido paz desde entonces en lo relativo a ese asunto.
Cuando, algunas veces, todo parecía ser oscuro en mi ministerio, habría podido ser invadido por la aflicción y la desesperación. En esos momentos fui animado en Dios por fe en Su poder omnipotente, en Su amor inmutable y en Su infinita sabiduría. Me decía: “Dios puede y quiere librarme”. Está escrito: “El que no escatimó ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará también con él todas las cosas?” (Romanos 8: 32) Esta promesa guardaba la paz de mi alma.
Tomado de: The Autobiography of George Müller
Traducción de Allan Román
jueves, 16 de septiembre de 2010
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