¿Qué es lo
que se entiende por “los perdidos”? Bien,
“perdido” es una palabra terrible. Necesitaría mucho tiempo para explicarla;
pero si el Espíritu de Dios, como un destello de luz, entrara en tu corazón y
te mostrara lo que por naturaleza eres, aceptarías esa palabra “perdido” como
descriptiva de tu condición, y la entenderías mejor de lo que te permitirían
entender mil palabras mías. Perdido por la caída; perdido por heredar una
naturaleza depravada; perdido por tus propios actos y acciones; perdido por mil
omisiones del deber y perdido por incontables actos de abierta transgresión;
perdido por hábitos de pecado; perdido por tendencias e inclinaciones que han
acumulado fuerzas y te han sumido en una cada vez más profunda oscuridad e
iniquidad; perdido por inclinaciones que nunca se volverían por sí mismas a lo
que es recto sino que resueltamente rehúsan la misericordia divina y el
infinito amor. Estamos perdidos obstinada y voluntariamente; perdidos perversa
y completamente; pero aún así perdidos espontáneamente que es la peor forma de
estar perdidos que pueda haber. Estamos perdidos para Dios, quien ha perdido el
amor de nuestro corazón y ha perdido nuestra confianza y ha perdido nuestra
obediencia; perdidos para la iglesia a la que no podemos servir; perdidos para
la verdad, que no queremos ver; perdidos para los rectos, cuya causa no
sostenemos; perdidos para el cielo, en cuyos sagrados recintos no podemos
entrar nunca; perdidos, tan perdidos que a menos que la misericordia
todopoderosa intervenga, seremos arrojados en el pozo del abismo para hundirnos
allí para siempre. “¡PERDIDOS! ¡PERDIDOS! ¡PERDIDOS!” La simple palabra me parece
que es el tañido de campanas de difuntos de un alma impenitente. “¡Perdidos! ¡Perdidos! ¡Perdidos!” ¡Oigo
el lúgubre tañido! ¡Se está celebrando el funeral de un alma! ¡La muerte sin
fin le ha acontecido a un ser inmortal! Se eleva como un espantoso lamento
desde mucho más allá de los límites de la vida y la esperanza, procedente de
esas lúgubres regiones de muerte y de oscuridad donde moran los espíritus que
no quieren que Cristo reine sobre ellos. “¡Perdidos!
¡Perdidos! ¡Perdidos!” ¡Cuán terrible sería que estos oídos oigan jamás ese
lúgubre sonido! ¡Es preferible que arda un mundo entero a que se pierda un
alma! ¡Es preferible que se apague cada estrella y que aquellos cielos se
conviertan en una ruina a que una sola alma se pierda!
C. H. Spurgeon - Sermón 3309 - Vol. 58
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