Si eres
proclive a alzar tu cabeza y a jactarte porque ahora eres un gran hombre, mira
simplemente la efigie de lo que eras antes de que el Señor te hiciera una nueva
creación en Cristo Jesús. Oh, ¿quién podría decir cuál habría sido esa efigie
de no haber sido por la intervención de la gracia divina? Pienso que dirías lo
que dijo un escocés a Rowland Hill cuando visitaba al buen varón en su estudio.
Se sentó y lo miró, y si han visto su retrato sabrán que el rostro de Rowland
Hill es inolvidable: tiene un peculiar aire cómico. Así que el escocés
respondió en respuesta a la pregunta que le hiciera: “¿qué es lo que miras?”
“He estado estudiando las líneas de su rostro”. “Y ¿qué es lo que percibes?”, preguntó
el señor Hill. “Pues bien, que si la gracia de Dios no le hubiese hecho
cristiano, usted habría sido uno de los peores individuos que viviera jamás”. “¡Ah!”,
–dijo el señor Hill- “esta vez diste en el blanco”. No me sorprendería tampoco
que si algunos de nosotros nos viéramos en el espejo, contemplaríamos allí a
alguien que habría sido un pecador ennegrecido de no ser por el cambio de
corazón que la gracia soberana ha obrado. Esto debería hacernos muy humildes y
muy modestos delante de Dios. Amigos, yo los invito a que reflexionen en esto,
y cuando sientan que comienzan a inflarse un poco, pinchen la vejiga del necio
y perverso orgullo con la aguja de la conciencia al tiempo que recuerdan lo que
solían ser, y serán mucho mejores si dejan que se escape un poco de gas.
Regresen tan rápidamente como puedan a su verdadera forma, pues ¿qué son
ustedes, después de todo? Si son algo que es bueno, o recto o agradable a los
ojos del Señor, aun así tienen que decir: “Por la gracia de Dios soy lo que
soy”.
C. H. Spurgeon - sermón #174 - Yo Era
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