jueves, 15 de agosto de 2013

La extrema rareza de la adoración espiritual



Ahora, en segundo lugar, voy a tratar de EXPLICAR LA EXTREMA RAREZA DE LA ADORACIÓN ESPIRITUAL. La razón se debe, hermanos míos, a que el hombre ha caído. Si el hombre fuera lo que fue una vez, puro y santo, no puedo concebir que necesite santos lugares y cruces, capas magnas y dalmáticas, báculos y casullas. No puedo concebir la tentación de postrarse delante de un becerro, o de una Virgen María, o de una hostia. La noble criatura camina allá en el paraíso y si se reclina debajo de un árbol sombreado, alza sus ojos y dice: “Padre mío, Tú has hecho esta sombra gratificante, aquí te voy a adorar”; o si camina bajo el pleno calor del sol, dice: “Dios mío, es Tu luz la que brilla sobre mí, yo Te adoro”. Por allá en las faldas de la montaña, o abajo por el resplandeciente río, o en el lago plateado, no necesita construir ningún altar pues su altar está en su interior; no necesita hacer ningún templo pues su templo está en todas partes. La mañana es santa y la noche es santa; no tiene ninguna hora prescrita de oración ya que se entrega a la devoción a lo largo de todo el día; su baño matutino es su bautismo; su comida es su Eucaristía. Pueden estar seguros de que entre más nos acerquemos a la desnudez de la adoración, más nos acercamos a su verdad y pureza; es debido a que el hombre ha caído que así como viste a su cuerpo necesitado de ropas, así está vistiendo siempre a su religión.
C. H. Spurgeon - sermón #695 - El Hacha Puesta a la Raíz

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