Tal vez el gozo del pecado perdonado nunca se destaca más brillantemente
que en el lecho de un moribundo. Con frecuencia he tenido el privilegio de comprobar
el poder de la religión cuando he estado junto al lecho de personas moribundas.
Hay una joven mujer que está ahora en el cielo y que una vez fue miembro de
esta nuestra iglesia. Yo fui a verla con uno de mis amados diáconos cuando su
partida estaba muy cercana. Sufría la última etapa de la tisis. Se miraba
hermosa y dulcemente bella, y creo que nunca oí tales sílabas como las que
caían de los labios de esa muchacha. Había tenido decepciones, y pruebas, y
problemas, pero de todo ello no tenía que decir ni una sola palabra, excepto
que bendecía a Dios por ello; la habían llevado más cerca del Salvador. Y
cuando le preguntamos si no tenía miedo de morir, “No” –respondió- “lo único
que temo es esto: tengo miedo de vivir, no sea que mi paciencia se agote.
Todavía no he dicho ni una palabra de impaciencia, señor, y espero no hacerlo.
Es triste estar tan débil, pero pienso que si me tocara decidir preferiría
estar aquí que gozando de salud, pues es algo muy precioso para mí; yo sé que
mi Redentor vive, y estoy esperando el momento cuando Él envíe su carro de
fuego para llevarme con Él”. Yo le hice la pregunta: “¿Tienes alguna duda?”
“No, ninguna, señor, ¿por qué habría de tenerla? Yo sujeto mis brazos alrededor
del cuello de Cristo”. “Y ¿no tienes ningún miedo por tus pecados?” “No, señor,
todos han sido perdonados; yo confío en la sangre preciosa del Salvador”. “¿Y
crees que seguirás siendo tan valiente como ahora cuando llegue efectivamente
el momento de tu muerte?” “No señor, si Él me dejara, pero Él nunca me dejará,
pues ha dicho: ‘No te desampararé, ni te dejaré’”. Ahí tienen a la fe, queridos
hermanos y hermanas; que todos la tengamos y recibamos el perdón de los pecados
según las riquezas de Su gracia.
C. H. Spurgeon - El Tesoro de la Gracia , Sermón #295
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