miércoles, 22 de agosto de 2012

La Ingratitud del Hombre


Ahora tengo una ominosa tarea que consiste en que tengo que hablar de algunas personas cuya ingratitud es aun mayor, si es que pudiera haber tal cosa, pues rehúsan confiar en Él por completo. Deseo hablar con aquellos a quienes les he predicado en vano durante todos estos años. El único tópico de cada domingo en este lugar es Jesucristo crucificado. Tengo otras cosas que decirles, pero ese tema es repetido constantemente, y se les dice sin cesar que Jesucristo vino al mundo para salvar a los pecadores, para que “todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna”. A pesar de todo eso, muchos de ustedes han rehusado confiar en Él hasta ahora; es para ustedes “Piedra de tropiezo, y roca que hace caer”, y de esta manera hacen que la roca de la salvación sea un tropezadero para ustedes. Si lo niegan les preguntaré: entonces, ¿por qué no lo aceptan como su Salvador? ¿Por qué están enemistados en sus corazones con Él? Tal vez su respuesta sea que ustedes no piensan en esas cosas. Entonces, ¿es esta su conducta para con el Salvador agonizante, que ni siquiera van a pensar en Él? ¿Él no es nada para ustedes? ¿Desprecian Su sangre? Tal vez es que no entienden; entonces seguramente en su caso debe ser una ceguera intencional del entendimiento, pues la verdad ha sido expuesta ante ustedes tan claramente  como la podían expresar las palabras, y tampoco sé cómo podría haber hablado más claramente. Ustedes han rechazado hasta ahora al Cristo que murió por los pecadores. ¿Se dan cuenta de lo que han hecho? Yo desearía que Él subiera a este púlpito en este instante, para que vieran a quién han despreciado. Véanlo con las rojas gotas que todavía relucen en Su corona de espinas, con Su rostro magullado, con Su semblante marcado por el dolor, con Sus ojos enrojecidos por las lágrimas, con Sus hombros surcados por el látigo, con Sus manos y Sus pies perforados por los clavos, y con Su costado atravesado por una lanza: ¡este es el Varón de dolores a quien han rechazado! ¡Miren ahora a Aquel a quien traspasaron! ¿Pueden continuar con su rechazo en Su presencia? ¿Todavía atrancarán su corazón para que no entre? ¿Le dirán ahora en Su cara: “Hijo de Dios, que te desangras por el pecado del hombre, no queremos confiar en Ti; Hijo del hombre, que mueres en vez de los pecadores, no nos entregaremos a Ti”? Sin embargo, le han dicho eso en Su presencia, que es real en todas partes, aunque el ojo o el oído no puedan discernirla. Con esos ojos de fuego que disciernen desde el cielo todo lo que se hace en la tierra, Él ha visto cómo rehúsan impúdicamente ser salvados por Él. 
C. H. Spurgeon - La Ingratitud del Hombre #1055

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