Ahora
tengo una ominosa tarea que consiste en que tengo que hablar de algunas
personas cuya ingratitud es aun mayor, si es que pudiera haber tal cosa, pues rehúsan
confiar en Él por completo. Deseo hablar con aquellos a quienes les he
predicado en vano durante todos estos años. El único tópico de cada domingo en
este lugar es Jesucristo crucificado. Tengo otras cosas que decirles, pero ese
tema es repetido constantemente, y se les dice sin cesar que Jesucristo vino al
mundo para salvar a los pecadores, para que “todo aquel que en él cree, no se
pierda, mas tenga vida eterna”. A pesar de todo eso, muchos de ustedes han
rehusado confiar en Él hasta ahora; es para ustedes “Piedra de tropiezo, y roca
que hace caer”, y de esta manera hacen que la roca de la salvación sea un
tropezadero para ustedes. Si lo niegan les preguntaré: entonces, ¿por qué no lo
aceptan como su Salvador? ¿Por qué están enemistados en sus corazones con Él?
Tal vez su respuesta sea que ustedes no piensan en esas cosas. Entonces, ¿es
esta su conducta para con el Salvador agonizante, que ni siquiera van a pensar
en Él? ¿Él no es nada para ustedes? ¿Desprecian Su sangre? Tal vez es que no
entienden; entonces seguramente en su caso debe ser una ceguera intencional del
entendimiento, pues la verdad ha sido expuesta ante ustedes tan claramente como la podían expresar las palabras, y
tampoco sé cómo podría haber hablado más claramente. Ustedes han rechazado
hasta ahora al Cristo que murió por los pecadores. ¿Se dan cuenta de lo que han
hecho? Yo desearía que Él subiera a este púlpito en este instante, para que
vieran a quién han despreciado. Véanlo con las rojas gotas que todavía relucen
en Su corona de espinas, con Su rostro magullado, con Su semblante marcado por
el dolor, con Sus ojos enrojecidos por las lágrimas, con Sus hombros surcados
por el látigo, con Sus manos y Sus pies perforados por los clavos, y con Su
costado atravesado por una lanza: ¡este es el Varón de dolores a quien han
rechazado! ¡Miren ahora a Aquel a quien traspasaron! ¿Pueden continuar con su
rechazo en Su presencia? ¿Todavía atrancarán su corazón para que no entre? ¿Le
dirán ahora en Su cara: “Hijo de Dios, que te desangras por el pecado del hombre,
no queremos confiar en Ti; Hijo del hombre, que mueres en vez de los pecadores,
no nos entregaremos a Ti”? Sin embargo, le han dicho eso en Su presencia, que
es real en todas partes, aunque el ojo o el oído no puedan discernirla. Con
esos ojos de fuego que disciernen desde el cielo todo lo que se hace en la
tierra, Él ha visto cómo rehúsan impúdicamente ser salvados por Él.
C. H. Spurgeon - La Ingratitud del Hombre #1055
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