Yo
me encontraba predicando en Bedford, y oraba para que Dios bendijera el sermón,
y me diera por lo menos algunas cuantas almas esa tarde. Cuando hube terminado,
estaba allí un viejo hermano wesleyano que me propinó una buena reprimenda, más
que merecida. Él me dijo: “yo no dije ‘Amén’ cuando tú pedías por la conversión
de unas cuantas almas, pues pensé que estabas limitando al Santo de Israel.
¿Por qué no oraste con todo tu corazón para que fueran salvos todos ellos? Yo
sí lo hice”, -agregó- “y esa es la razón por la que no dije ‘Amén’ a tu mezquina
oración.”
C. H. Spurgeon - El Poder con Dios
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